El mundo entero

La verdad es que comencé a leerme el libro sin recordar qué es lo que decía la sinopsis, aunque la había leído apenas unos meses atrás. En realidad lo hice a propósito, así dejaría que el libro me sorprendiese. Por ello, cuando comencé a leer el libro sin recordar la premisa general, me quedé algo inquieta en un principio pensando que había algo mal con Adri o con sus abuelos. Ahora comprendo que no había nada malo. Nuestro protagonista se encuentra en una edad en la que aún es un niño, un niño en los albores de la adolescencia. Lo que este libro refleja, y muy bien, es ese proceso de cambio que se experimenta entre esas etapas de la vida, el paso a la adolescencia, cómo un niño cambia su percepción del mundo y descubre cosas que antes no había siquiera entendido.
El libro es corto, se lee con rapidez a pesar de que yo me tomé bastante más tiempo. Si bien es entretenido, te hace reflexionar y retrotraerte a esa edad en la que está el protagonista o, al menos, cuando empezaste a ver el mundo de diferente manera, y te hace preguntarte "¿esto también lo sentí yo?". Porque, si bien cada experiencia es diferente, el paso de una etapa a otra, acompañada de todo lo que ello conlleva, es algo por lo que todos los adultos pasamos. Bien dicen que el gallo siempre se olvida de cuando fue pollo.
Bromas aparte, la verdad es que no me enganchó tanto como esperaba. Me costó un poco en algunas partes. Sin embargo, las últimas páginas me sacaron unas lágrimas. Especialmente cuando el abuelo de Adri le responde a las preguntas que tenía diciéndole que eran cosas ficticias, que la realidad era otra. Eso me rompió el corazón.
En definitiva, es una buena obra, introspectiva y de bastante realismo. Por desgracia, no es demasiado memorable, al igual que los personajes (de los cuales no recuerdo los nombres tras unos días, sinceramente).