En literatura, un recurrente lugar común es ese que dice que la realidad supera a la ficción. Pero la ficción tiene sus reglas y, parodias aparte, yo le exijo una verosimilitud que, bien es verdad, la realidad no necesita. Así, las coincidencias, el azar, comunes en nuestras vidas, no pueden ser la clave para una novela de intriga. Eso es lo que me ha molestado en este caso: para mí es una novela tramposa. Además de un buen montón de datos interesantes acerca de los suicidios, cierto es que la novela nos proporciona dos o tres horas muy entretenidas y que el personaje de Mike es atractivo, aunque no le falten tópicos. Pero, al final, la sensación que te queda es de haber sido engañado. Tal como está cerrada la trama, el autor la podría haber complicado todo lo que hubiera querido, aumentando las contradicciones ad infinitum, porque finales así lo justifican todo y todo lo soportan. Y así no tiene gracia. |