El mundo es ancho y ajeno

«Daba pena considerar que donde ahora había solamente destrucción y silencio, vivieron hombres y mujeres que trabajaron, penaron y gozaron esperando con inocencia los dones y pruebas corrientes del mañana»

Un indio de mirada lúcida y triste atisba sobre los campos, los animales y las plantas la llegada del caporal. El hombre blanco viene a reclamar ‘su' tierra. El derecho torcido le protege. Lo ha escrito él. La tierra es una escritura en renglones de sangre.

Este sería un resumen del largo, extenso y extraordinario libro de Ciro Alegría, ‘El mundo es ancho y ajeno', publicado por la curiosa y atrevida editorial Drácena, escrito en los años 40 con la vista reciente en los sucesos y diversos levantamientos en el Perú de la década de los ‘20: «el tiempo adquiere mucha significación cuando pasa sobre un hecho fausto o infausto, en todo caso notable».

La Comunidad Rumí es el ejemplo o la excusa que le sirve al autor para narrar dos aspectos fundamentales Lo hace a través de una serie de personajes paradigmáticos. Por un lado los despojos, el robo, las humillaciones de todos los pueblos indígenas de un continente. Y convierte esa serranía en un arquetipo e imagen de la historia: «Porque ellos han muerto de la muerte de cuatro siglos y con el dolor, con el dolor total que hay en el tiempo. Y por el amor de la tierra, veraz cordón umbilical del hombre». Por otro, la querencia, el trato con la tierra y los animales/plantas que la pueblan. Los ritmos de la siembra y la recogida, los pequeños trabajos y los esfuerzos por hacer la tierra fértil y próspera: «todos están alegres y sin querer explicársela, viven la verdad de haber conquistado la tierra para el bien común y el tiempo para el trabajo y la paz». Todo ello debido a que «la vida comunitaria adquiere un evidente carácter de paz y uniformidad y toma su verdadero sentido en el trabajo de la tierra. La siembra, el cultivo y la cosecha son el verdadero eje de su existencia».

Todo esto se entrelaza con las batallas entre criollos y señores por tierras, minas y arroyos. Los indios mano de obra esclava, desposeída y tratada como animales. Luchas del siglo XX que parecen sacadas de postales de siglos anteriores: «No había, pues, perdón en el mundo».

Todo ello acotado por un narrador omnisciente que aparece constantemente en el relato. Omite partes, intercala anécdotas y sugiere eventos pasados y futuros. Cuenta, interactúa con el lector: «ya tendremos la oportunidad de referir la historia de (...), siempre, siempre nos sobran historias que contar».

En definitiva, un libro precursor de ese ‘boom' latinoamericano, de un autor un poco olvidado por el ‘canon' pero cuya lectura siempre es fructífera y estimulante. Agradezco a Babelio y la editorial Drácena la posibilidad de leer este inmenso libro.

«Y yo les digo con toda verdá que pa nosotros los pobres, el mundo es ancho pero ajeno».