La amante ciega

He leído La amante ciega con el freno de mano echado y lo he hecho a propósito. Tengo tendencia a leer compulsivamente encadenando libros como si estuviera en la cola de la carnicería y el dependiente tuviera prisa por cerrar. Siguiente, por favor.

El arranque es de los que invitan a seguir leyendo, pero la narrativa, el tono, el estilo... están TAN cuidados que enseguida supe que iba salirme de la cola de la carnicería para ir a la tienda de delicatessen con el objetivo de disfrutar largo y tendido de cada frase, de cada párrafo y de capítulo. La novela está construida con una precisión tan milimétrica que el autor ha conseguido que forma y fondo se solapen consiguiendo que quieras y no quieras seguir avanzando. El corazón me pedía saber cómo confluyen en el futuro tanto el pasado como el presente de nuestros protagonistas mientras la cabeza me obligaba a dosificar la lectura para que no se me terminase nunca.

En la amante ciega hay dolor y placer, deber y deseo, pena y gozo, pero también hay arte y sexo, sexo y arte... y amor, amistad, familia, culpa, perdón, cartas, enfermedades, recuerdos y un tema muy interesante (y bastante desconocido) como es la asistencia sexual.

Si la novela fuera un gol sería el segundo de Argentina a Inglaterra en el mundial de 1986... ¡Ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta!
Si la novela fuera una partida de mus el autor ganaría el órdago a juego porque lleva la mejor mano.
Si la novela fuera una pintura sería díptica y muy real.
Si la novela fuera sexo sería del que apetece repetir.
Y si fuera una reflexión... posiblemente sería sobre lo que somos y lo que queremos ser.