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"La fugacidad de la vida es eterna", reflexionan los indios que dibuja Aira en las pampas argentinas, mientras fuman y contemplan el mundo que los rodea. Eterna, como el eterno retorno que Ema percibe en diferentes episodios de su vida. Es ella, Ema, quien se ve como una india aunque sea "blanca"; quien, al principio del libro, es intercambiada como mercadería, acorde a la cultura de los fuertes y los caciques de la Argentina del siglo XIX; quien, en un determinado punto, elige su propio camino para escapar de la pasiva y eterna, también eterna, contemplación que caracteriza a quienes la rodean. Las diferencias y similitudes culturales entre indios y blancos atraviesan el libro, situando a Ema en un punto medio del que sólo querrá salir avanzando en una dirección ambiciosa e insospechada: hacia adelante. Aira describe extravagante y magistralmente el cielo, los paisajes y hasta los animales increíbles que habitan su mundo onírico. Describe, pero no cuestiona, como tal vez en ese momento histórico no se cuestionaban los preceptos culturales que hoy en día deconstruimos hasta la raíz. En mi lectura, los viajes significaron más que la historia, y cada reflexión y paisaje me regaló una breve epifanía. |
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