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¿Es en la vejez donde se da el encanto por la memoria? ¿Acaso la memoria es el libro dispuesto que todo anciano atesora como su magna obra? Gaspar Medina dirá que sí. No solo eso. La memoria también es terreno donde se habilita la mentira: verdadera crónica de unas cuantas mentiras. La memoria es la ficción del recuerdo; es la débil imagen con la que nos convencemos de la realidad de lo que ha sido y ya no es. Y si no, pregúntenle a don Gaspar: él sabe enredarnos en sus ilusorias certezas, en su mecanismo incorregible con el disparate de un espacio que pretende ser laberinto, pero solo pretende. Esta novela fue propuesta en el club de lectura del que hago parte. La persona que la propuso afirmó que hace años la había leído, que le pareció magnífica y cómica. Nos convenció. Decidimos leerla. Quizá hace unos años la hubiera disfrutado mucho. Quizá a la edad de mi novia, 19, me hubiera parecido genial. Pero no. Me entretuvo, me sacó algunas sonrisas y ya. El vértigo de toda obra trascendente no apareció. ¿Y a qué se debe esto? La obra se propone ser jocosa, busca situar al lector en el laberinto de un yo con rasgos y recuerdos particulares. Gaspar Medina, personaje y narrador, se riega en un revoltoso álbum que a mi parecer es disonante. Es la primera obra publicada de Faciolince. Es evidente el deseo de imitar obras universales a partir de la construcción de un personaje quijotesco. El autor intenta delinear la locura en su personaje, pero lo único que consigue es expandir su aburrida y tediosa cordura. La narración de un yo reafirmado, un viejo pseudoquijote que desde su amargura y soledad nos habla de otro tiempo. Sus memorias tienen la calvicie de sus años. Son gruñonas, grices, feas. Nada incita al lector a detenerse: ni sus amoríos, ni su familia, ni las irónicas enunciaciones hacia la religión, la política, la Turín o la Colombia de la novela. Todo es chueco aquí. Nada subrayé porque nada me pareció digno de hacerlo. Los recursos literarios de esta obra ya los he visto en otras y llevados a cabo de mejor manera. Las memorias de este hidalgo disoluto son un artificioso método de enterarnos de su banal desesperación y su previsible muerte. Nada más. El personaje de la secretaria y el dictado de las memorias me pareció ingenioso. La narración es interrumpida en ocasiones para incluir situaciones del presente en el que el narrador dicta. de resto, es esta una novela olvidable, no valdrá la pena tenerla en mis memorias cuando a mis 70 años esté volviendo a los libros de mi juventud. La memoria es la fiesta de los extrañamientos que una existencia puede llegar a tener. Me miro en el espejo luego de leer esta novela: soy el mismo, así como el Gaspar que inició es el mismo que terminó su narración. Tal cual. No vale la pena que en la fiesta de mi memoria estén estos "asuntos". |
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