La Débâcle de Émile Zola
La emoción los echó en brazos uno del otro, en la fraternidad de todo lo que habían sufrido juntos; y el abrazo que se dieron les pareció el más suave de toda su vida, un abrao como no recibirían seguramente de ninguna mujer, la consagración de la inmortal amistad, la certidumbre absoluta de que sus dos corazones no formaban más que uno para siempre
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