En los años 70, no estaba de moda que a alguien de izquierda le gustara el fútbol. Era el "opio del pueblo" y cojudeces por el estilo (todo lo contrario a ahora en que se trata de usar como vínculo con lo "popular"). Eso hace que este libro tenga el mérito de ser precursor en el análisis de este deporte desde la perspectiva de las "ciencias" sociales.Como se imaginarán, el texto es en gran medida un arroz con mango de interpretaciones marxistas, palabreo, una canción de Perales y hasta citas bíblicas. Ahí les va una muestra del floro misio:"Los jugadores "conectan" sus disparos eléctricos desde sus botas o bournes fluorescentes a una pelota catódica. En torno de cada jugador se crea una campo vectorial donde debe colocarse la pelota que no busca al jugador sino al "hueco", como el jugador deberá aprender a jugar creando campos de fuerza y vacíos en el ámbito total del rectángulo magnético" (p. 49-50)Solo le faltó mencionar la "curva diagonal". Ni Gualberto Martínez lo hubiera expresado mejor. No negaré que me he reído bastante con párrafos como ese y otros. En ese plan, se analiza "dialécticamente" desde la forma de la pelota hasta las narraciones radiales. No faltan expresiones machistas (p. 29) y hasta racistas: postula que a Brasil le fue mal en el Mundial del 78 porque había muchos rubios (?) (p. 32).Para que no digan que soy un quejoso, además de las carcajadas, debo reconocer que son interesantes sus teorías sobre el equipo de fútbol como matriarcado (capítulo 4) y la relación entre capitalismo y evolución del fútbol (capítulo 5).
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