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A fuerza de palabras de Vicente Leñero
Era hermosa, delgadita y alta, hermosa. Lo fue seguramente desde su infancia, pero lo era más ahora por el encanto de su sonrisa, por su mirada brillante, porque era hermosa y me sabía escuchar con interés, sin osar interrumpirme, dejando que deslizara el tren de mis palabras hasta llegar al final del viaje donde me aguardaba Isabel, nacida para oír la historia de mi niñez y fortalecer mi voluntad. Ella fortaleció mi voluntad imprimiendo nuevos ánimos a mi fe quebrantada por una infancia triste y una adolescencia inútil que ella me invitó a olvidar.
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