Las bondades de un asesino de Sergio Martín García
Tenerla enfrente, a tres palmos, hablándome a mí, y solo a mí, multiplicó por mil el efecto de su energía. No sabría describirlo. Ser el centro de su atención me hizo sentir como nunca me había sentido. Me hizo sentir como si, de repente, me despegase del fondo, como si se me cayesen de la piel las rayas atigradas que me habían hecho invisible.
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