Heredera de fuego. Trono de Cristal III de Sarah J. Maas
Fue la canción de Eyllwe. Luego la canción de Fenharrow. Y de Melisande. Y de Terrasen. De cada una de las naciones que tenía gente en esos campos de trabajos forzados. Y por último, pero no por pompa ni por triunfo, sino para lamentar en lo que se habían convertido, tocaron la canción de Adarlan. Cuándo terminó la última nota, el director se dio la vuelta hacia la multitud y los músicos se pusieron de pie con el. Como uno solo, miraron hacia los palcos, hacia todas esas joyas que se habían comprado con la sangre de un continente. Y sin decir una palabra, sin hacer una reverencia ni ningún otro gesto, se bajaron del escenario. A la mañana siguiente, por decreto real, el teatro se cerró. Nadie volvió a ver a esos músicos ni a su director otra vez. |