Sarah J. Maas
Bryce ocultó también su sonrisa. Nunca se aburría de aquella admiración. Principalmente porque sabía que Danika se la había ganado. Cada maldito día, Danika se ganaba esa admiración que florecía entre los rostros de extraños cuando veían su cabello del color del maíz y el tatuaje del cuello. Y el miedo que hacía que la escoria de la ciudad se lo pensara dos veces antes de meterse con ella y la Manada de Diablos.
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