Un caso de tres perros de S. J. Bennett
Ese cuadro no debía estar en Portsmouth, sino allí, en la pared exterior de su dormitorio, donde ella pediría que lo colgaran ese mismo día, igual que había hecho cincuenta años atrás. Sin duda Felipe diría al pasar: "Nunca he entendido qué le ves a ese cuadrito", como hiciera tantas veces en los años anteriores a su desaparición. Felipe ya no se acordaba, pero era él quien lo había retocado. Se veía a sí misma. Y también veía la imagen de su bronceado marido cruzando el agua hacia ella, sonriente. Ésos eran los recuerdos que hacían posibles todos los demás. ¿Qué podía haber más valioso que eso? |