Mi madre de Richard Ford
Así al final de la semana, en los últimos días del mes de septiembre, después de matricularme, instalarme y conocer a mis compañeros de habitación y tras haber pasado días con ella yendo de aquí para allá y comiendo en moteles hasta que no nos quedó nada por decir, me sorprendí subido a un banco de una parada de autobús junto a las vías del ferrocarril, en la vieja estación de la Grand Trunk Western de Lansing, con los brazos levantados en el frío y cortante aire para que ella me viera mientras se alejaba de regreso a Chicago. Y yo la veía, su rostro borroso tras una ventana oscura y la palma de la mano aplastada contra el cristal para que yo la viera. Estaba llorando. Adiós, decía. Yo moví un brazo en el aire frío, dije, "Adiós, te quiero" y esperé que el tren desapareciera a través de la urdimbre de aquella vieja ciudad industrial de ladrillo. Supongo que se podía decir que en ese momento yo daba comienzo a mi vida en serio y que lo que hubiera quedado de mi infancia tocaba a su fin
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