El profeta guerrero de R. Scott Bakker
Abrir un libro no era sólo agarrarse a un momento de impotencia, no sólo renunciar a un puñado de celosos latidos del corazón por el rumbo de la quilla de otro hombre, era permitirse ser escrito. Porque ¿que era un libro sino una larga rendición consecutiva a los movimientos del alma de otro?
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