Los escritos irreverentes de Mark Twain
[...] los seres humanos juzgan los celos como una clara debilidad, un rasgo propio de gentes de corto entendimiento, pero del que se avergüenzan hasta las mentes más limitadas, que al ser acusadas de su posesión mentirán para negarla y se ofenderán, considerando la acusación como un insulto. Celos. No lo olvidéis; tenedlo presente. Esa es la clave. Con ella llegareis a comprender parcialmente a Dios conforme vayamos avanzando; sin ella nadie podría comprenderle. Como os decía, es él mismo quien nos proporciona esta traicionera clave para que todos la veamos. Con la mayor ingenuidad y sin un atisbo de vergüenza proclama abiertamente: "Yo, Dios tu Señor, soy un Dios celoso". De hecho, es una forma de decir: "Yo, Dios tu Señor, soy un Dios limitado; un Dios pequeño y obseso de las pequeñeces". Sus divinas palabras eran un aviso: no soportaba la idea de compartir con algún otro dios los elogios dominicales de la pequeña y cómica raza humana. Los quería todos para sí. [...] |