Una casa llena de gente de Mariana Sández
Cuando estábamos calladas otra vez, dudaba si interrumpirla porque sabía que en ella los silencios estaban llenos de escritura. Digo, en esa época no hubiera sabido explicarlo de esta manera, pero a medida que crecía, sí fui consciente de que el silencio de mamá era totalmente distinto al de los demás. El de ella era una especie de bola de granero abultada de maíz: a través de la arpillera se sentía la densidad irregular de los granos que deformaban la tela. En ella se leían los argumentos que estaba resolviendo por cómo gesticulaba para sí misma o por lo distraída que andaba. Así empezaba a ser también mi mundo interior sin que me lo hubiera propuesto.Sus silencios y los míos significaban que en nuestros cuerpos se estaba produciendo un cataclismo de voces y acontecimientos, y que interrumpido era como hacer que acabara una película muy buena de golpe, esa fea sensación.
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