Orlando furioso, tomo I de Ludovico Ariosto
Y aunque el hado cruel y el mismo cielo hubiesen sido adversos, por lo menos te habría dado los postreros besos y bañado de lágrimas el rostro; y antes de que los ángeles santísimos le llevasen de vuelta a Dios tu espíritu, le diría: Ve en paz, alma querida, que donde vayas tú, yo iré enseguida. |