Esposa por la mañana de Lisa Kleypas
—Tú, rata gordinflona —dijo ella mientras el hurón se ponía sobre las patas traseras y se aferraba con sus minúsculas garras al borde de la silla. Catherine alargó el brazo para acariciarle el suave pelaje, le rascó la cabeza y, con cuidado, le quitó el guante de los dientes—. Como ya me has robado todas las ligas, ahora te dedicas a mis guantes, ¿verdad? Dodger la miró con afecto; sus ojos brillantes resaltaban en mitad de la franja oscura que, a modo de antifaz, atravesaba su rostro. —¿Dónde has escondido mis cosas? —le preguntó Catherine, dejando el guante sobre el tocador—. Si no encuentro mis ligas pronto, tendré que sujetarme las medias con cuerdas. Dodger movió los bigotes y pareció sonreírle, estremeciéndose y mostrándole los dientes, menudos y puntiagudos. |