LA DAMA DE RIVERTON de Kristi Ann Hunter
(…) Estaba claro que su excelencia estaba intentando aprovechar al máximo cada momento que podía tener con Frederica. Eso estaba bien. Le gustaba que alguien en Londres mirara más allá de la desafortunada nariz de su prima y viera lo maravillosa que era. Alguien que de verdad estuviera dispuesto a hacer algo al respecto. Cualquier envidia que estuviera sintiendo podía considerarse la penitencia que le tocaba cumplir por sumirse en una vida de engaño. La agonía de encontrar algo que podía aprender a querer, pero que nunca podría obtener, no era más que lo que se merecía. |