LA DAMA DE RIVERTON de Kristi Ann Hunter
—Señorita Breckenridge, permítame decirle lo resplandecientes que son sus dientes. Si fuera un caballo, pujaría por usted hasta conseguirla. Isabella parpadeó, esforzándose por mantener la sonrisa a pesar de que empezaban a dolerle las mejillas. Sabía que en esa extraña declaración se escondía un cumplido, pero no tenía muy claro si quería saber cuál era. Lo único que podía hacer era dar las gracias por no ser un caballo y que la condujeran al salón de subastas para terminar siendo propiedad del mejor postor. |