Pecado 2: Por cada pecado hay un pecador de Katy Evans
He llorado tanto que ni siquiera tengo que intentarlo. Es la clase de llanto en que las lágrimas salen solas. Sin avisar. Sin esfuerzo. Salen y punto. Lloro al pensar que no volveré a estar con él. Y lloro porque sé que he hecho daño a un hombre guapísimo, ambicioso, inteligente, generoso y cariñoso. Acercaba la mejilla a su corazón para escucharlo. Ahora está encerrado tras las puertas de hierro y los muros de tres metros que yo misma he construido.
|