Nadie nada nunca de Juan José Saer
Ahí estábamos moviéndonos, quejándonos, suspirando, uno dentro del otro, como siempre —para eso nos encontrábamos cada vez que podíamos— y cuando terminamos, jadeando, echado uno sobre el otro, aplastados, como deshechos, no habíamos avanzado mucho, no: estábamos igual que al principio y el punto máximo que habíamos alcanzado estaba infinitamente más cerca del comienzo que del fin.
|