Juan Cruz Ruiz
Este hombre sumamente joven ha entrado a la 9 de la mañana en el vagón del metro que va a Gran Vía y ha anunciado que va a a cantar un bolero. Va con una camisa blanca, se abre paso con sus codos ligeros entre una multitud que aún no se acostumbra a mirar de frente a los compañeros de viaje, se para en el medio de la plataforma y nos mira como si pasara lista. Él tiene claro que su destino es terminar la canción y luego cambiar de coche. Así que él entra y no pasa nada, no está previsto que un tipo así intervenga en tu rutina y distraiga tu mirada. Así pues,nadie le mira, eso es lo que sorprende de las multitudes: ven entrar a un hombre, un pordiosero o a un cantante, a mujeres con niños o niñas enflaquecidos por la calle, a seres estrambóticos que te quieren hacer al instante una declaración sobre lo que va a ser tu vida, y nadie les mira, siguen con sus libros llenos de aventuras o de consejos, o doblan, nerviosamente, los diarios deportivos. En la calle, al alrededor del metro, he visto a noche a hombres y mujeres que hace siglos hubieran sido españoles y que ahora esconden de los guardias su falta de identidad, son clandestinos. A noche vi a un joven que dormía echado cuan largo era y teniendo como almohada el pretil de la acera. Y ahí está ese hombre cantando Poema de amor, pero el tren ya llegó a mi propio destino y el hombre del bolero ya no me mira más, y nadie le mira. |