Amy Foster de Joseph Conrad
Tenía una risa franca y atronadora, más propia de un hombre que le doblara en tamaño, unos ademanes enérgicos, un rostro bronceado y unos ojos grises a los que no parecía escapárseles nada. Tenía la habilidad de hacer que las personas le abieran su corazón, y una paciencia inagotable para escuchar sus historias.
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