El libro vacío. Los años falsos de Josefina Vicens
¿Por qué no puede brindarse a cualquiera, en su momento único, la frescura de una palabra, de un abrazo, de una pregunta? No; todo lo guardamos para compartirlo, si acaso, con un reducidísimo número de seres humanos, como si los demás no existieran o fueran incapaces de entendernos y amarnos. Camino por una calle cualquiera. Otros hombres pasan a mi lado. Ni los miro ni me miran. Somos iguales, pero extraños, tan lejanos como si no transitáramos por la misma calle, con el mismo paso y tal vez con el mismo pensamiento. Somos iguales y yo nunca sabré nada de ellos, ni su nombre siquiera. Es entonces cuando me siento extrañamente solo; pienso que los demás se sienten igual y me asalta un casi irresistible deseo de detener a alguien y pedirle con naturalidad y con mi tierno calor humano, ¿con qué cosa mejor?, que hablemos un rato. ¿Qué me impide hacerlo? ¿Qué timidez o qué dureza me detienen? ¿Qué frío paraliza mis manos tan dispuestas a tenderse y estrechar otra cualquiera, sin selección, sin premeditación ni antecedente? Pero no lo hago, no lo he podido hacer nunca. Y el impulso se me queda dentro, quieto, silencioso, sin atreverse a vivir, que es como morir antes de la hora. Camino un poco más, dejo pasar todo. Apenas si miro de soslayo en torno mío. Y llego a mi casa con la sensación de un gran vacío que pudo llenarse con sólo decir una palabra o tender los brazos. No es una forma de piedad, de conmiseración a los demás. Quiero que se entienda: es, por lo contrario, una avidez, un incontenible anhelo de hombres, de voces, de vidas. Entonces me hundo en mí mismo. Pero yo soy para mí como un pequeño sitio visitado anteriormente, conocido, repasado, caminado hasta la última fatiga. No obstante, es allí, es a mí mismo a donde llego siempre y me detengo para hablar. –Deberías haberle preguntado algo, cualquier cosa, a aquel hombre que parecía tan desdichado. Tal vez estaba solo; tal vez, como tú, tenía necesidad de hablar; deberías haberlo hecho; deberías hacerlo todos los días. Piénsalo, sería como viajar. Tú no viajarás nunca, José García. Tú no podrás decir dentro de algunos años: "eso me recuerda lo que vi una vez en tal lugar”. Pero sí podrás recordar: “... lo que me dijo tal día aquel hombre..." |