La compasión divina de Jean Cau
Con su burda camisa fuera del pantalón, el Doctor, que se ha despertado, anda de un lado para otro gruñendo. Viene a contar que una vez, en un tren, se dedicó a examinar con la mayor atención a sus vecinos, preguntándose porqué no querría a todo el mundo. ¿Por qué queremos a unos más que otros? Si se piensa bien, no existe contestación lógica a esta pregunta. ¿Qué me impide querer -incluso apasionadamente- a estas personas que leen o que dormitan en el compartimiento de este vagón? Las preguntas como éstas me impresionan profundamente, ¡se los juro a ustedes! Tanto valen los unos como los otros, y lo que me llena de un asombro infinito, es el hecho de que decidamos amar a un ser determinado. He llegado a la conclusión de que no se le quiere. -Entonces, ¿a quién se quiere? -¡A nuestra detestable persona, señor Match! Amar sólo consiste en amaestrar a alguien que nos ame, como se amaestra a un perro a que nos traiga las pantunflas. |