La corona de los tres reinos de James L. Nelson
Cuando los irlandeses hubieron huido, Thorgrim se encontró a Starri sentado, cruzado de piernas, en medio de un montón de cadáveres, encorvado y llorando amargamente. Thorgrim pasó un buen rato de pie sin saber qué decir, aunque, de algún modo, sabía que su presencia era a la vez deseada y apreciada por sus compañeros de armas. Pasado un rato, Thorgrim dijo: —¿Qué te aflige, Starri? ¿Ha muerto uno de los tuyos? —No, no —dijo Starri; sus palabras nacían entrecortadas por efecto del llanto—. Bueno, sí, algunos. Malditos hijos de puta… (…) —Sí, han matado a algunos —siguió diciendo Starri—: A Hadd y a Froddi. Alf aún estaba entre nosotros la última vez que le vi, pero no durará mucho. Y aquí estoy…, aquí estoy… Sigo en este mundo maldito ¡mientras las valkirias se llevan a mis compañeros del campo! —¿Estás llorando… —dijo Thorgrim buscando las palabras apropiadas—… porque no has muerto? —¡Por supuesto, Lobo Nocturno! ¿Qué hombre puede hacer otra cosa que maldecir el destino que se empeña en mantenerle en este mundo que le niega los placeres del Valhalla? |