Beowulf de J. R. R. Tolkien
Quédate tú, Tierra, este rico tesoro de guerreros, ya que los poderosos no pudieron hacerlo. ¡Oh!, ¡hace tiempo que lo encontraron en ti aquellos hombres de bien! La muerte en batalla, cruel y funesto daño, se llevó a cuantos eran mortales de entre los míos, sí, todos dejaron la vida, la alegría de los guerreros en el salón. No tengo conmigo a nadie que pueda blandir espada o usar la bruñida copa laminada y las preciosas vasijas de bebida. La hueste orgullosa ha desaparecido. Ahora el duro yelmo, adornado en oro, será desprovisto de sus láminas. Los que deberían bruñirlo, quienes habrían de limpiar su visera para la batalla, están dormidos, y la armadura, que bien soportó la dentellada de las férreas espadas en la guerra, entre atronadores escudos, se descompone ahora igual que su portador. La cota anillada ya no viajará acompañando a un príncipe guerrero por todas partes, junto a los poderosos. Ya no suena felizmente el arpa, ni da su alegría un instrumento musical, no queda ningún buen halcón que sobrevuele la sala, ni veloz corcel que cruce los patios. La ruinosa muerte a expulsado de aquí a muchos de los vivos.
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