Violeta de Isabel Allende
Con el tío Bruno celebraba el milagro de la vida en cada pollito que salía del cascarón y en cada tomate que llegaba del huerto a la mesa; con él aprendí a observar y escuchar con atención, a ubicarme en el bosque, a nadar en ríos y lagos he lados, a encender fuego sin fósforos, a abandonarme al placer de hundir la cara en una sandía jugosa y a aceptar la pena inevitable de despedirme de la gente y los animales, porque no hay vida sin muerte, como él sostenía.
|