Las ilusiones perdidas de Honoré de Balzac
Cuando Lucien, que temblaba como una hoja, hubo terminado, el salón rompió en aplausos, las actrices abrazaron al neófito, los tres comerciantes le apretaban hasta ahogarle, Du Bruel le cogió de una mano con lágrimas en los ojos, y por último el director le invitó a cenar.
|