Bajo la nieve de Helen McCloy
La nieve empezó a caer el martes, sobre la hora del cóctel: enormes copos que se arremolinaban en espiral con el viento del norte. A las seis de la mañana siguiente, en la calzada, ya se había compactado y estaba grabada con rodadas de neumáticos que se entrelazaban. En las aceras era aún un polvo fino, apilada en suaves montones por el viento. En los tejados y sobre los coches se había endurecido hasta formar un glaseado blanco y crujiente. Y seguía cayendo.
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