Fuboku Kosakai

La historia de los gatos de mi casa acaba de comenzar. Me gustaría registrar su vida detalladamente. Últimamente los veo sentados, con el lomo arqueado, en el leño del porche que hace las veces de escalón. Observan el jardín iluminado por la luna de otoño. Al mirarlos, siento la serenidad de la noche. A veces me parece que estos no son los gatos que conozco sino seres de otro mundo, un mundo del que los humanos no tenemos ni la menor idea. Seguramente, esta sensación no nos la provocaría ningún otro animal doméstico.

Creo que, para analizar sin sentimentalismos un fenómeno natural pero misterioso como es la muerte, lo mejor es enfrentarse al final de la vida de un animal pequeño como aquel ratoncito. La muerte de un humano o un animal doméstico tiene demasiados preámbulos y por eso es difícil analizarla objetivamente. Es como pensar en leer el final de un cuento antes del texto principal.

A fin de cuentas, el ronroneo de los gatos es muy diferente de los sonidos que generamos nosotros cuando una comida nos satisface o cuando disfrutamos de una sensación agradable. El ronroneo de los gatos me recuerda al ruido que producen las olas al arrastrar la arena que se oye cuando nos sumergimos en el mar, o al sonido de ebullición que sube desde el fondo de un cráter.

En el mundo científico esto es habitual, esconder algo contradictorio en un agujero oscuro para ganar tranquilidad. De no poder hacerlo, muchos científicos no dormirían bien. De vez en cuando, al enfrentarse a los problemas de la vida, la gente debe aprender a ser perezosa.

—¿Me echarás de menos? Dicen que los gatos tardáis menos de tres años en olvidar las atenciones que recibisteis; al parecer, no sois agradecidos. Tú también me olvidarás pronto, pero no me importa.

Pero ahora sé que aquel que no cree en la buena y mala fortuna es porque ha sido feliz y nunca ha vivido desgracias o calamidades.