Tempestades de acero de Ernst Jünger
La tierra de nadie estaba abarrotada de atacantes; de uno en uno, o en unidades pequeñas, o en masas compactas, avanzaban hacia el telón de fuego. No corrían, tampoco se ponían a cubierto cuando en medio de ellos se alzaban penachos de humo altos como torres. Se dirigían hacia la trinchera enemiga con pasos torpes, pero incontenibles. Parecía que la vulnerabilidad hubiera quedado en suspenso.
|