Tempestades de acero de Ernst Jünger
Aquel griterío provenía de un oficial ayudante del regimiento vecino situado a nuestra izquierda; quería establecer contacto con nosotros y estaba poseído de una enorme acometividad. La borrachera parecía haber desatado hasta el frenesí su innata valentía. -¿Dónde están los Tommys? ¡A por esos perros! Vamos, ¿quién me acompaña? En su furia derribó nuestra bonita barricada y se lanzó hacia adelante, abriéndose camino con retumbantes granadas de mano. Delante de él se deslizaba por la trinchera su ordenanza e iba derribando con los disparos de su fusil a quienes se habían librado de los explosivos. El coraje, la loca audacia con que algunos arriesgan su propio pellejo, tiene siempre un efecto entusiástico. También nosotros fuimos arrebatados por el furor y, recogiendo unas cuantas granadas de mano, iniciamos una competición en aquella marcha de guerreros furibundos. Pronto me encontré junto a quienes iban recorriendo la posición; tampoco se hicieron de rogar mucho tiempo los otros oficiales, que fueron seguidos por los fusileros de mi compañía. Hasta el capitán von Brixen, jefe del batallón, se encontró pronto, con un fusil en la mano, entre los primeros de aquella comitiva; disparando por encima de nuestras cabezas, derribó a varios granaderos enemigos. |