Tempestades de acero de Ernst Jünger
Me encontraba en ese estado de ánimo peculiar que precede siempre a los ataques. Uno tiene una sensación de vacío en el estómago, charla con los jefes de pelotón, procura hacer chistes, corretea de un lado para otro como antes de un desfile ante el mando supremo; en suma, intenta estar ocupado lo máximo posible para escapar del pensamiento taladrante. Un hombre me ofreció un vaso de café que había calentado con un poco de alcohol sólido; como por arte de magia, aquel café me llenó de vida y confianza.
|