El beso del traidor de Erin Beaty
—Tengo que irme —dijo él en voz baja—, pero vos deberíais tomaros unos minutos para arreglaros el pelo; es un verdadero desastre. Y tenéis la cara muy roja. —Quizá se deba a mi falta de práctica en este tipo de cosas. (…) Fresno permaneció en silencio durante un rato largo. Y entonces susurró: —Yo tampoco la tengo. (…) Las siguientes palabras de Fresno salieron a la fuerza como una confesión. —Si lo he hecho bien en alguna medida, solo se debe a la frecuencia con la que me lo he imaginado. |