Oh, qué espléndida música de Dorothy Evelyn Smith
Era una tarde serena, limpia y bellísima. El páramo ya se preparaba para dormir durante el invierno. El brezo había perdido su color y el dorado se veía desvaído, pero el helecho estaba alto y rojizo, y las grandes colinas guardaban el sol en sus brazos. Abajo, en el valle distante, se oía el martillo del herrero. Las vacas regresaban lentas a sus establos entre mugidos satisfechos. El reloj de la iglesia de Stavig marcó las seis.
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