Siete lunas y siete serpientes de Demetrio Aguilera-Malta
Marchaban frente a frente. Caminaban de lado. Los brazos extendidos. Unidos por las manos. Formando una especie de parihuela viva. Sobre ésta traían a Juvencio. Sin vacilar un momento, se dirigieron a mi cama. Allí, con todo cuidado, arrodillándose, lo depositaron. Después, volvieron señalándolo. Me acerqué; vi que estaba herido. Le hablé. No respondió. Los monos callaron; quedaron quietos. Contemplando la escena.
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