Baldomero Fernández Moreno
Caminamos, pues, como autómatas, esquivando, sin darnos cuenta, el peatón y el automóvil. Caminamos fijos en un horizonte de oro, más allá de las bocacalles. Pero, algunas veces, nos sorprendemos mirando en tal o cual cuadra un lugar determinado. Es que en aquel sitio, hace muchos años, había una librería cuyas vidrieras escudriñábamos tan a menudo, y en la que penetrábamos todos los días a ojear y hasta leer. Ya no está. Pero instintivamente volvemos la cabeza y el espíritu hacia ella, hacia su claridad y su perfume. Y recordamos.
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