Raquel, hija de Sefarad, no es un texto sobre el pasado, sino sobre cómo éste irrumpe continuamente en el presente. Si en Sancha, la estructura era la de una epopeya castellano-leonesa y en Zahra, la de los cuentos mágicos árabes, en Raquel la elegida es la cábala. La llave de la casa de sus antepasados en Toledo es a su vez metáfora de esa otra llave secreta con la que los cabalistas podían abrir las puertas de los arcanos y acceder a los secretos de la vida. El desarrollo de la obra es un viaje interior, equivalente al que los místicos cabalistas sefardíes hacían a través del vehículo espiritual de la carroza, atravesando los siete palacios celestiales. La acción transcurre en Shabat y este encendido de las velas permite a nuestra protagonista emprender un viaje con otras mujeres que la precedieron y de las cuales es hija.Raquel Toledano, descendiente de judíos sefardíes, vive en Toledo (Ohio), donde es profesora universitaria. La noticia de su cáncer y su próxima muerte le empuja a cumplir un sueño largamente añorado, viajar a Toledo (España), centro neurálgico de la antigua y querida Sefarad y cuna de sus ancestros. Con la centenaria llave en la mano, realiza un viaje a la raíz de su pueblo y de sí misma.Con el encendido de cada una de las siete velas del candelabro de siete brazos, según el ritual judío, se establece un flashback encadenado hacia el pasado de diversas personalidades de mujeres sefardíes que precedieron a nuestra Raquel contemporánea: la primera es la anciana, la memoria de todas las mujeres, la Memoria de Sefarad; la segunda es una judía del holocausto nazi; la tercera, la banquera Graça Mendes (s. xvi); la cuarta es Juana Fuster, la valenciana quemada (s. xiv); la quinta vela es la de Raquel, la judía de Toledo (s. xm); la sexta es la de Judith, la mujer del carnicero (s. vii); la séptima es la de la matriarca, la madre de las tribus.
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