El color de las cosas invisibles de Andrea Longarela
El cuerpo humano es alucinante. Es capaz de cerrar heridas. Sus huesos son tan fuertes como el granito. Su cerebro posee una capacidad de almacenamiento de más de cuatro terabytes. Sus ácidos estomacales pueden desintegrar una cuchilla de metal. Y, sin embargo, nada de eso importa cuando el chico que te gusta, el mismo que hasta ese instante no era consciente de tu existencia, te saluda, porque entonces la respiración se acelera, los músculos se contraen, el riego sanguíneo enloquece y toda esa grandiosidad se esfuma y te convierte en una masa titubeante y sonrojada de gelatina.
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