De ganados y hombres de Ana Paula Maia
Durante unos segundos, Edgar Wilson sucumbe al atardecer, en el que el sol todavía no se ha puesto del todo, pero que ya se precipita hacia una noche muerta sin luna ni estrellas. Es una persona que sabe escuchar en silencio, incluso cuando los demás en vez de hablar sueltan apenas un suspiro o un jadeo. La vida en el campo lo hizo parecido a los rumiantes y, siendo él un hombre del ganado, logró alcanzar un equilibrio perfecto entre el temor de los seres irracionales y las fantasías abominables de quienes los dominan.
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