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Atados a las estrellas de Amie Kaufman
Se ha quedado otra vez quieta y está apoyada en un árbol. Sé que está esforzándose, pero ¿tiene que detenerse cada quince minutos? Abro la boca para intentar un nuevo método para picarla y que siga avanzando, pero entonces veo que tiene la cara contorsionada por el dolor y no por el enfado. —¿Qué tal esos zapatos? —pregunto. Traga saliva y recupera suficiente compostura para mirarme con mala cara. —Mis zapatos están bien. Miro los tacones que se metieron por la rejilla metálica del suelo de la cápsula. Sé que está mintiendo y ella sabe que lo sé. —Bueno —respondo con el tono calmado que sé que la irrita. Ojalá fuera lo bastante noble para no disfrutarlo, pero hace ya mucho tiempo que asumí mi falta de nobleza—, tal como yo lo veo, tenemos dos opciones. Puedo echarle un vistazo a sus pies e intentar hacer algún apaño para que siga caminando o puede seguir así, sufrir un dolor agónico, hacerse ampollas, sangrar, contraer una infección, perder desde un dedo del pie hasta su vida y terminar yendo demasiado lenta para que ninguno de los dos llegue a una colonia o a la zona del accidente antes de morir de hambre. ¿Qué le apetece, señorita LaRoux? Se estremece, aparta la mirada y se rodea la cintura con los brazos, apretándose fuerte. —¿Esto fue lo que hizo en Patron? ¿Aterrorizarlos con amenazas gráficas? (…) —Puede decir que soy poco refinado si lo prefiere, señorita LaRoux, pero funciona. |