Tema libre de Alejandro Zambra
Como una torcida manera de mejorar mi inglés, empecé por entonces a traducir poesía. Era solo una coartada para tranquilizarme internamente cuando el jefe nos instaba a mejorar el inglés. Ahora que lo pienso, había en mi pasado inmediato cuatro semestres de latín, que aprendíamos traduciendo, de manera que enfrentar el inglés como si fuera una lengua muerta era más o menos natural. A veces ni siquiera llegaba a traducir, en todo caso: lo que hacía era nada más que tomar notas que me permitieran leer a Auden o a Emily Dickinson o a Robert Creeley con mayor precisión y profundidad. Leer en inglés, por ejemplo, la poesía temprana de Ezra Pound era para mí tan laborioso como leer en español a César Vallejo o a Gabriela Mistral. No pienso solamente en las presuntas dificultades, sino también en el pacto de lectura, en el ritmo, en la clase de concentración requerida. Trataba de corregir o de adaptar o de «desespañolizar» las traducciones de Auden o de Emily Dickinson de las ediciones de Visor o Hiperión o Pre-Textos. En cuanto a Creeley, un poeta del que entonces no había libros en español, lo que intentaba era simplemente una primera lectura.
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