¿Para qué sirve realmente la ética? de Adela Cortina
La masa, obviamente, es presa fácil de la propaganda emotivista, dispuesta a provocar en las gentes reacciones, más que colaborar racionalmente en la forja de convicciones. Pero manipular emociones atenta contra el principio básico de la ética moderna, que prescribe no instrumentalizar a las personas y sí empoderarlas para que lleven adelante sus vidas de forma autónoma. Y viola, claro está, el principio legitimador de la democracia, que exige tratar a los ciudadanos como señores, y no como siervos, menos aún como esclavos; que exige organizar la vida común de modo que las gentes puedan ejercer su autonomía y ayudar a quienes no puedan hacerlo por ser especialmente vulnerables.
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