Un minuto cuarenta y nueve segundos: Relato de Riss
Tuve que decidirme a admitir la abominable evidencia. Ese silencio no era el que los buenos modales nos exigen para con los demás cuando no queremos molestarlos. Era el silencio de un certificado de defunción. El silencio de la muerte. Un silencio fabricado por la muerte misma. Un silencio que no tiene el mismo olor que los demás silencios. No es un silencio consentido, ni logrado, ni natural. Se coloca alrededor de tu cuello y lentamente empieza a apretar. Es un silencio que también quiere matarte.
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