La Cueva: 1 de Rafael Doreste Miranda
No acostumbraba a reír, nunca había llorado. Se emocionaba por las cosas más banales y diminutas, por aquello con lo que poca gente lo hacía, una flor, la brisa, un rayo de sol, un gesto amable; un reincidente oponente invencible en su ánimo, infatigable en la derrota.
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