La llama y la flor de Kathleen Woodiwiss
—Estúpido mentecato. Soy una mujer. Lo que celosamente guardaba para el hombre que yo escogiera, tú me lo arrebataste. Soy un ser humano y tengo mi orgullo. —Con un gruñido, dio media vuelta, se sentó de nuevo en la silla, enfurecida, y se tapó con el edredón. Al volver a observar su atractivo rostro, una sonrisa maliciosa torció sus labios. ¡Ah, era un hombre tan magnífico!
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