Crónica de la intervención de Juan García Ponce
No regresaron al hotel hasta que el sol había perdido algo de su fuerza y quedaban muy pocos bañistas en la playa. Mientras caminaban por la orilla del mar, Mariana se desabrochó los tirantes del sostén que rodeaban su cuello y al caer éstos dejaron ver dos rayas blancas en su piel ligeramente enrojecida. Más abajo estaban sus pechos, que Esteban podía entrever de vez en cuando, blancos también. Pero no se tocaron. Nada más caminaron muy cerca uno del otro. Ante la puerta del bungalow, bajo el portal, mientras buscaba la llave del cuarto en la bolsa, Esteban descubrió un brillo malicioso en los ojos amarillos y cafés de Mariana bajo el firme trazo de sus cejas. Al cerrar la puerta tras de sí la sombra era inesperadamente acogedora en el interior de la habitación. Las sobrecamas blancas y los contornos de cada uno de los muebles se dibujaban nítidamente en esa dulce penumbra. Entre ellos, Esteban vio a Mariana de pie en el centro del cuarto y en seguida sólo su figura fue visible, como si todas las demás cosas se hubieran hecho a un lado, ocultándose.
|